El camino hacia el poder

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Octaviano Miguel Contreras Márquez

Finalmente se llevó a cabo el primer debate presidencial rumbo al 2 de junio. Más allá de quién ganó, perdió o incrementó su posicionamiento en los electores, considero, de suma importancia para entender la realidad político-institucional por la que estamos atravesando, centrarnos en la pieza fundamental de este proceso electoral y de nuestra democracia; el INE.

Lo que presenciamos en la organización del debate, por parte del INE, fue un simple y llano prototipo democrático, llamado Formato A, con duración, aproximada de 80 minutos, cuyo costo, aproximado, a decir de la Consejera Electoral, Dania Paola Ravel Cuevas, fue de 10 millones de pesos.

Así mismo y con la finalidad de imprimirle novedad, frescura y dinamismo e incentivar la participación de los ciudadanos en este ejercicio democrático, el Instituto se centró exponer las preguntas en redes sociales o por regiones político-electorales, mismas que se seleccionarían de acuerdo a temas comunes (norte, centro y sur del país) y se expondrían a los respectivos candidatos.

El objetivo, sin duda es bueno, porque permite la interacción y el intercambio de ideas entre el Instituto y los ciudadanos para exponer los diferentes temas que son prioridad para la sociedad. En este sentido, como institución encargada de llevar a cabo el proceso electoral más importante de México, resulta fundamental el mantener un flujo de comunicación eficiente y eficaz hacia la sociedad para generar confianza y certidumbre que las elecciones estarán, perfectamente organizadas y respaldadas por una institución seria, formal.

Y resultó que este primer debate se quedó en un ensayo, en un prototipo democrático.

Sin duda alguna, la falla técnica en los relojes del tiempo con el que disponían los candidatos, fue la central. Curiosamente, los primeros afectados fueron los candidatos de la oposición; Jorge Álvarez Máynez y Xóchitl Gálvez, posteriormente se sumaría Claudia Sheinbaum, pero el daño ya estaba hecho.

Otra falla la representó el formato del debate al propiciar confusión, tanto en los tiempos con los que cada candidato tenía, como en las respuestas que estos daban ante los cuestionamientos de los moderadores.

Al no establecer una metodología clara, el debate parecía una dinámica de lluvia de ideas o efecto bola de nieve; demasiadas preguntas para responder en un corto tiempo. Como consecuencia, señalemos que esta dinámica, simplemente no logró su objetivo en la sociedad.

Esta dinámica de comunicación, simplemente genera incertidumbre, misma que deberá corregirse en los posteriores debates. De lo contrario, el Instituto no logrará una comunicación masiva que, en sentido estricto, es su esencia.

La democracia comunicativa exige que, tanto emisor como receptor, construyan, de forma conjunta, un proceso ágil, dinámico, con una amplia interacción donde prevalezca la crítica, la polémica y la diferenciación y no se quede en un monólogo, con un guion establecido desde los escritorios.

El camino hacia el poder, no debe ser allanado por el Instituto Electoral. Debe mostrar su autonomía y profesionalismo, proyectando seguridad a los ciudadanos que el proceso electoral será eficiente, que posee capacidad técnico-operativa para ello y no evidenciar una crisis de representación democrática, reducida a sostener un simbolismo cada vez raquítico.