A L F A O M E G A
JORGE HERRERA VALENZUELA
Calavera vete al monte.
No Señora, porque espanto.
Calavera, pues, ¿Qué quiere?
Señora, Mi Camposanto.
Después de la Luna más hermosa, la de Octubre, en el mes de
Noviembre los mexicanos, casi todos, mantenemos tradiciones
prehispánicas como es la celebración de Día de Muertos. Para unos
representa algo diferente como es el salir a la playa, ir a la casa de
campo y en este 2021 “hacer puente”, es decir no hay actividades
del sábado 30 de octubre al martes 3 de noviembre. Mi comentario
es para darnos idea de lo que es esta tradición muy mexicana.
Fiesta popular, sí fiesta del pueblo. En los cementerios y en los
hogares. Nos reímos de la muerte, nos la comemos en figuras de
azúcar o chocolate o saboreamos “el pan de muerto”. La muerte en
estos días ni espanta ni despierta temores. Ahora hasta desfiles “de
muertos” son organizados por las autoridades, así como instalan
ofrendas en plazas públicas. Como el magnífico que hubo en la
Ciudad de México.
Todos Santos, el 1 de noviembre, para recordar a niñas y niños. El
2, dedicado a Los Fieles Difuntos, los adultos que dejaron este
mundo. En la tradición maya el 31 de octubre es cuando ponen la
ofrenda a los menores, con motivos y coloridos infantiles; el día 2,
la misa se oficia para recordar a todos los difuntos. Mientras tanto
no dejamos de apreciar las copias de La Catrina, obra de sátira y burla de quienes renegaban de tener sangre indígena, del
aguascalentense José Guadalupe Posada. Un grabado de la muerte
“vestida” de gala y luciendo un sombrero, convertido en un icono
del arte único de este mexicano.
Salvo por las limitaciones que impuso la pandemia COVID 19, en los
años anteriores, en el 2020 no fue posible la gran celebración. En
días sin problema pandémico, la gente se agolpa en los panteones.
Llevan ramos de flores, cubetas para acarrear agua. Visitan los
sepulcros, las tumbas, los monumentos, los altares. Lavan las
lápidas, repintan el nombre o los nombres de los ahí inhumados. De
pi, inclinados o hincados, rezan. Antes las familias hacían una
especie de día de campo y entre las tumbas, tendían un mantel y
consumían sus alimentos, sus bebidas y algunos contrataban
grupos de músicos y de mariachis.
En casa, desde los últimos días de octubre, preparaban la ofrenda.
Sobre un mueble colocaban un mantel colorido y disponían el
espacio para colocar los alimentos y bebidas preferidas de los
parientes fallecidos. Infaltables las flores de cempasúchil, las
veladoras o cirios, el copal o el incienso para aromatizar el lugar.
Fotografías de los santos difuntos. En la tradición yucateca del
Hanal Pixán (comida de las ánimas, en lengua maya), comida y
bebida es degustada por “los ánimas que tienen permiso para estar
en el mundo terrenal”. El papel picado de variados colores es un
adorno muy bonito, a los lados del altar que es colocado al centro y
en lo alto de la ofrenda.
Los Portales de Toluca, en pleno corazón de la capital mexiquense,
son el espacio para instalar, por varios días, la Feria del Alfeñique,
donde los artesanos exhiben, presumen su imaginación y venden
“calacas” de diversos sabores, “entierros con ataúd y dolientes”, elaborados con azúcar. Son muchas las variantes que nos
presentan. El llamado “pan de muerto” no puede faltar en los
expendios, aunque en la actualidad es fabricado desde semanas
anteriores.
Los adultos hacen una reunión nocturna. “Brujas”, “Muertos”,
“Vampiros”, “Monstruos”, son los disfraces que más visten.
Departen por algunas horas, cenan, beben, unos hacen juegos de
mesa y otros demuestran sus habilidades como bailarines.
“Las Calaveritas”, versos en que se destila la sátira política, el
ingenio de los epigramistas, la versatilidad de “poetas” se luce en
las páginas de los diarios impresos. También en la radio los
locutores leen algunos versos y lo mismo en espacios televisivos.
Otro capítulo interesante está cargo de los niños no mayores de 12
años, bajo el cuidado de sus mayores. Se disfrazan con ropas negras
y máscaras de calaveras. Salen a la calle para “pedir la calaverita”.
Reciben dulces, caramelos, palanquetas, chocolates.
TRADICIÓN MEXICANA PRECOLONIAL
Los grupos nativos, originarios de las diversas regiones de nuestro
territorio nacional, desde antes de la llegada de los frailes
franciscanos y de los europeos conquistadores, rendían culto a sus
difuntos. Lo señalan las crónicas referidas a los mexicas o aztecas,
mayas, olmecas, chichimecas, teotihuacanos, tlaxcaltecas, etcétera.
Se recuerda que los capitanes españoles Gonzalo de Sandoval y
Gonzalo Guerrero arribaron a la Península Yucateca mucho antes
que Hernán Cortés. Fueron los Gonzalos quienes rápidamente se
adaptaron a la cultura maya y dieron origen al primer mestizaje;
posteriormente Guerrero fue conocido como “El Padre del
Mestizaje”, así como apoyaron a los misioneros franciscanos para introducir la mezcla de la religión con la doctrina católica en el culto
a los muertos.
Cierto que esos hechos precoloniales pueden ser los más remotos,
aunque los mexicas también tenían sus costumbres y sus propios
dioses de la muerte. Mictlantecuhtli, era el dios y la diosa se llamó
Mictecacíhuatl. Al morir el mexica era envuelto en un petate y se
organizaba una fiesta para llevarlo, cargado en una parihuela, hacia
el camposanto que recibía el nombre de Mictlán. La celebración o
recordatorio de sus familiares muertos, se hacía después de la
última cosecha, entre septiembre y noviembre.
En el Siglo XIV la Iglesia Católica dio su aprobación a estas fechas y
la tradición mexicana fue conocida en Europa y en otras partes del
mundo. Trascendieron los eventos que en México se realizaban,
como la Noche de Muertos en el Lago Pátzcuaro, Michoacán, en
que las canoas son adornadas con flores e iluminadas con ceras,
navegando toda la noche. En Tepotzotlán, Morelos, acostumbran
poner una gigantesca ofrenda, con la participación de todas las
familias lugareñas.
Al Sur de la Capital Mexicana, en el poblado de Mixquic, el
cementerio de la localidad es visitado por la noche. Desde las horas
de la tarde se limpian las tumbas, se colocan flores y por las noches
todo el cementerio está iluminado con velas. Lo mismo ocurre en
toda la República. Hay variantes en algunas regiones mexicanas.
Desde hace poco tiempo en la Ciudad de México se coloca una
espectacular ofrenda en el Zócalo, frente a Palacio Nacional, la
Catedral Metropolitana y el edificio del Primer Ayuntamiento e
inclusive hacen una réplica del panteón azteca. Este domingo 31 de
octubre tuvo lugar un pintoresco desfile desde la Plaza de la
Constitución hasta el Campo Martes, pasando por las principales avenidas citadinas. Por cierto, en el programa oficial se escribió
que el desfile pasará por “La Glorieta de Colón” o sea que olvidaron
que ya no lo es.
El desfile, en parte es producto de la utilería que nos dejaron los
productores cinematográficos estadounidenses que filmaron en
nuestras calles, como inicio de una película de James Bond, un
desfile de Día de Muertos. Esto no se acostumbraba. En este año
participaron más de mil voluntarios con sus respectivos disfraces.
Artistas, deportistas, bailarines profesionales, malabaristas, hubo
hermosos carros alegóricos.
Desde 2008 la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) declaró la festividad mexicana
como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
jherrerav@live.com.mx