REQUIEM PARA DOS AMIGOS
Por: Javier HERNANDEZ CORDOVA
Se ha escrito ya mucho sobre la amistad, y sobre la importancia que tiene para el ser humano trascender, dejar una huella de su paso por la vida o en el corazón de todos aquellos quienes los conocieron. La verdad es que el humano, casi nunca se da cuenta si va marcando o no su huella…Es después de su muerte, quizá luego o con el paso de los años, cuando se ven los frutos de lo sembrado.
La semana pasada se nos adelantaron dos muy buenos amigos y a la vez buenos oaxaqueños, a los que recordaremos por siempre por los frutos que le dieron a su solar natal: Mario Luis Guzmán Rodríguez y Alejandro Jiménez Gil. Los dos tuvieron en vida algo en común. Cultivaron amigos, muchos amigos y amaron a Oaxaca con todo su ser buscando acrecentar su grandeza política o cultural. Buscaron ser siempre factor de unidad y de concordia, de unidad, de hermandad.
Mario Luis Guzmán en la política, siempre fue un caballero de la conciliación y el diálogo. Cultivó el manejo de la ironía fina o el chascarrillo. La expresión que no hiere, que no lastima pero que hace reflexionar.
Cómo no recordar aquellos días en la tribuna y aquellos debates con la también no menos irónica y contundente Perla Woorlich.
Conocedor de los recovecos y del manejo de los hilos de la política siempre supo tejer fino, por ello evitaba las diferencias y los enfrentamientos, sabia ceder y avanzar, sabía cuándo y cómo… daba la mano y miraba de frente, algo que ya no ocurre con frecuencia en la actualidad.
En una de nuestras últimas charlas sobre la actualidad y la lucha contra el narcotráfico emprendida por el Presidente Felipe Calderón me invitó a hacer solo una reflexión: ¿Por qué no nos vamos a los archivos y a las estadísticas, para contar a cuántos narcotraficantes se ha detenido y encarcelado en lo que va del sexenio, luego nos vamos a las estadísticas de cuántos narcotraficantes pueden caber en los penales llamados de alta seguridad? Luego nos vamos a las estadísticas de cuántos han sido detenidos y cuándo han salido en libertad. Veremos que al final las cifras no cuadran y en estos momentos las cárceles de alta seguridad estarían algo más que sobrepobladas, saturadas y sería imposible mantener en su interior a tanto narcotraficante…
A don Alejandro Jiménez Gil lo recuerdo porque hacia otro tipo de política, la de la cultura. Ahí en su improvisado teatro “Juan Rulfo”, todos los días de la semana se daba espacio a cantantes, poetas, teatristas, declamadores, escritores, pintores, periodistas, escultores, conferencistas, asociaciones, grupos, etc. A todo aquel que pidiera un espacio para la manifestación o exposición de sus ideas o de sus inquietudes.
Si algún día tuvo dinero don Alejandro, gran parte de su capital económico se lo gastó tratando de darle vida a su centro cultural, lugar en el que podríamos afirmar, que, sin tanto ruido o altos presupuestos hizo más, mucho más de lo que oficialmente se hace.
En sus últimos días lo acabo el azúcar, perdió la vista, pero aún así, no perdía la esperanza de ver florecer como en los mejores días su centro cultural.
Le pregunté qué iba a ser de todo ese acervo cultural que el guardaba en documentos, casetes, videograbaciones. Me respondió que ahí se quedaría para el pueblo de Oaxaca, pero que, ninguna autoridad se acercaba para clasificar todo ese trabajo de muchos años.
Murió don Alejandro, y estoy seguro de que con el paso de los años alguien reconocerá su obra, le dará su valor, y le hará justicia post mortem por que hombres como el se lo merecen.
Para concluir, elevo mis plegarias al todo poderoso, al creador y arquitecto del universo para que los llame a su lado y para que con su benevolencia envíe a sus familiares la fortaleza y la resignación, que no el olvido, porque quienes dejan huella nunca se olvidan.
¡Descansen en Paz!